martes, 26 de abril de 2011

DIARIO DE UNA DESESPERANZA (Capítulos II y III)

En Nuestras conversaciones, de mujer a mujer, como nos gustaba hablar mientras esperábamos Miguel y a mi pareja, esos eternos sábados, jamás te mostraste dubitativa o infeliz; al principio de tu vida marital, todo era perfecto, y se te veía tan vital, tan llena de luz, estabas bellísima. Recuerdo que engordaste unos kilos que te hicieron mucho bien, irradiabas felicidad.


Eras la perfecta esposa en la sombra del perfecto hombre líder, triunfador, que podía tratar como le apetecía desde a su jefe, hasta a los familiares más cercanos, pasando por supuesto por su esposa, sin que nadie e molestar o resultase ofendido ¡Santo Dios! La ofensa era su indiferencia, cuando él se dirigía a cualquier persona, aun cuando fuera para ridiculizarle en público –lo que era su especialidad- el elegido sonreía agradecido,  porque la suerte estaba de su parte… “El Gran Miguel Ballesteros” había percibido su presencia…


-Parece que se mueve cuando le acaricio los brazos.


- Son sólo movimientos convulsivos, sin orden, no los controla ella.


Es por la noche, el turno del personal de enfermería ha cambiado y si me permiten permanecer junto a ella es gracias a mi hermano Juan que es enfermero de la U.C.I.  Él es sincero conmigo, porque así se lo he pedido, y poco a poco me va haciendo entender que este viaje de mi amiga, mi mejor amiga desde la infancia, es un viaje sin retorno.


-Hola bonita, ¿Cómo estás esta mañana?


Me acerco a la cama de Ana y le doy un beso en la mejilla, sus brazos se contraen en un movimiento extraño, como de repulsa, dirijo la mirada a la enfermera que ha levantado los ojos de esa especie de jeroglífico que es la historia clínica, levanto mis cejas en señal de pregunta.


-Es como si… le molestara cualquier contacto conmigo ¿Es posible que me rechace?


-No –contesta amablemente y poniendo su mano en mi brazo- no te rechaza, esos movimientos son naturales en su estado, pero no indican una situación muy favorable… Tú eres la hermana de Juan Varea ¿No?


- Sí; hoy no está…


-No, es su día libre. Supongo que él te habrá comentado que hoy le hacían a Ana una serie de pruebas.


-Sí… Tienen un nombre rarísimo… como todo en medicina –sonrío levemente-.


-Se llaman potenciales evocados y nos van a dar una idea de cómo está su cerebro de dañado, aparte del TAC y de otros signos externos que también nos aportan datos


-Y… ¿el balance de esos signos?


-No son muy alentadores realmente. En cualquier caso, los médicos os informarán de todo cuando hayan valorado el resultado de las pruebas.


-Ya… mi hermano me comentó ayer que estuvo demasiado tiempo en parada cardio respiratoria, y su cerebro quedó bastante dañado.


-Sí, lo siento…  Me llamo Mercedes y soy la enfermera que se va a encargar de Ana en el turno de mañana durante el tiempo que esté aquí, si necesitas cualquier cosa, si tienes cualquier pregunta que hacerme, estaré encantada de atenderte.


-Mi nombre es Lucía. Muchas gracias Mercedes.


-¿Te apetece una infusión, un café…? Está recién hecho…


No… gracias… -vuelvo mi cabeza hacia Ana- Puedo… ¿Puedo estar a solas un momento con ella? Necesito hablarle, es importante para mí.


-Claro Lucía, háblale, dile todo lo que necesites, te hará bien, el contacto físico es muy importante, tócale, aunque haga esos movimientos, no es por desagrado, no te preocupes, si me necesitas, estoy en la habitación que hay junto a esta.


-Gracias Mercedes… por todo.


La enfermera sale, yo respiro profundamente, ese acto tan sencillo, tan necesario y cotidiano que tú ya no ejerces a tu voluntad, lo controla un aparato, que con su sonido parece un reloj recordándonos el tiempo que nos queda por permanecer juntas.


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La hora de visita terminó hace tiempo, mejor, así no tendré que encontrarme cara a cara con Miguel, ni él conmigo, será un favor mutuo, los dos sentimos el mismo rechazo hacia el otro.


Dejo mi bolso en un sillón y me aproximo a la cabecera de tu cama, me siento en una silla, muy cerca de ti. Te miro una vez más. Verdaderamente tu rostro ha adquirido una expresión de paz que te hace parecer más bella, casi puedo percibir una leve sonrisa en la comisura de tus labios. Definitivamente, estés donde estés, pareces feliz.


-Ana… tengo que contarte tantas cosas… Te he necesitado mucho todos estos años en los que hemos estado separadas… Pero si hay algo que necesito en este momento es tu perdón, necesito, aunque sé que es imposible, escucharte decir que me perdonas… que todo está bien, aunque antes me reproches todo el daño que te he hecho, todas la palabras dichas que te hirieron… o las que quedaron por decir que te hubieran hecho bien…


¿Recuerdas cómo nos conocimos? ¿Cuándo nació nuestra amistad?... Claro… yo tampoco. Éramos muy niñas, cuando fuimos creciendo nos gustaba retroceder en el tiempo a ver cuál de las dos recordaba instantes fugaces que nos diesen idea de la edad que teníamos al conocernos, y no nos poníamos de acuerdo… entonces, llegábamos a la conclusión de que éramos hermanas. Tú todavía no tenías a tu hermana contigo. Tardó en llegar, fue… Un descuido como se suele decir, ahora con el paso del tiempo, y sabiendo lo que sé, me pregunto… ¿Cómo sucedería?¿A qué se debió ese embarazo cuando tus padres habían olvidado hacía muchos años que eran un matrimonio?...


Es curioso, a pesar de que adquirí ciertos conocimientos en Psicología durante la carrera jamás logré entender esa manía tuya, ese rechazo a tu condición de mujer, siempre decías:


-“Si volviese a nacer, me gustaría ser hombre, de hecho, cuando tenga hijos, quisiera que todos fuesen niños”


satisfacciones que podemos tener por nuestra condición femenina…


-“Que no, Lucía, que ellos viven mejor, no se preocupan por las cosas a las que nosotros damos importancia… Y son más fuertes que nosotras…”


Podíamos pasar horas buscando argumentos para convencer a la otra de que estábamos en posesión de la verdad cada una de nosotras.


Lo que no sé es que esquema o patrón de conducta habías seguido para llegar a esa conclusión ya que en tu hogar, tu madre no era esa mujer sufrida y abnegada que se dedicaba a las labores de su casa mientras el cabeza de familia salía buscar el sustento. La depresión postparto que se desarrolló tras tu nacimiento ya le duraba años, por lo tanto, tu padre trabajaba dentro y fuera del hogar para sacarte adelante a ti y después a tu hermana.


Me pregunto qué razones llevaron a tu madre a hacerte creer a la menor ocasión y de forma sutil que eras la culpable de su enfermedad cuando la realidad era bien distinta…


Tus padres vivían en una cárcel. Una cárcel que tu padre se ocupó en organizar para protegerse de unas tendencias sexuales que le habría arruinado su vida, porque en la época que les tocó vivir no estaba contemplado como algo natural, sino como algo enfermizo, patológico, contra natura o incluso penado por la ley su condición de homosexual.


En un régimen dictatorial no son únicamente víctimas las personas implicadas en política, o los militares, existen también esas otras víctimas, gente corriente, que por sus circunstancias personales se ven obligados a esconderse estando expuestos, a fingir lo que no son durante toda una vida, a vivir una mentira, a morir siguiendo vivos…


Ese fue el caso de tu padre, condenado a vivir una vida que no le pertenecía, arrastrando con él a toda una familia.


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