martes, 26 de abril de 2011

OCTAVO CONCURSO DE CARTAS DE AMOR Y DESAMOR

Madrid 1 de Mayo de 2010


Amor mío:

Dicen que cuando una persona pasa por tu vida y te hiere de alguna manera, lo mejor que puedes hacer para que no te siga dañando es imaginarla que parte de viaje, un viaje sin retorno.

Dicen que es bueno visualizarle, marchándose con su maleta a cuestas llevando consigo todo lo malo que te pudo hacer…

Dicen, que en ese momento le desees lo mejor para su futuro, y toda la felicidad posible, porque deseándole el bien, te lo estás deseando a ti mismo, y solo pensando de esta manera alejas de ti todo odio o rencor que pudiste albergar…

Yo trato de imaginarte partiendo, de espaldas a mí con tu eterna mochila que te daba ese aire juvenil, y, de verdad que te deseo lo mejor, no hay odio, no existe ni un atisbo de rencor en mi pensamiento, ni si quiera la eterna pregunta “¿por qué a mí?”…

Pero deseo con todo mi corazón que cuando ames, te entregues, acaricies, beses o respires a otra mujer, cualquiera que sea, aparezca mi recuerdo en tu pensamiento, que cada vez que estreches entre tus brazos a otra como lo hiciste conmigo, sea mi rostro el que veas, que amando apasionadamente, sea mi nombre el que venga a tus labios…

Y, sé que deseándote esto, me lo estoy deseando a mí misma, que me estoy condenando deliberadamente a sufrir el mismo castigo, y no me importa, porque esa sería una dulce condena, porque hoy, ahora mismo, tengo la certeza de que no podría amar a otro hombre sin ver tu rostro cerca del mío, porque tu nombre se me escapa cuando quiero nombrar a otros, porque de momento y hasta que se dicte otra sentencia, mi pena será ser presa de los recuerdos hermosos que me has regalado.

Supongo que cuando pase un tiempo, sonreiré y ya no sentiré lo mismo, será así, pero ahora es mi sentimiento el que manda, y debo expresarlo para evitar que dentro me haga daño.

Ahora tengo el presentimiento de que volverás, tal vez me equivoque, pero también algo en mi interior me dice que si intentara ser feliz a tu lado, no lo conseguiría.

Mi cabeza y mi corazón son dos motores que funcionan a revoluciones diferentes,

Pienso que me lancé, amé, me dejé amar, y disfruté, me sentí mimada, cuidada, y valió la pena.

Pero la vida continúa, cuando sufres, por el motivo que sea, y te encuentras inmerso en la más profunda tristeza, desearías que el mundo se detuviera, que todo el mundo supiese de tu dolor, que nadie sonriera… pero afortunadamente eso no sucede, sales a la calle y las personas caminan, hablan, se ríen, y tú con tu pena, quieres llorar, pero no debes, has de fingir que no pasa nada, contestar si te preguntan; y por dentro ese dolor entre el corazón y el estómago, el lugar donde dicen que se cobija el alma, un dolor que se puede sentir… casi como un daño físico. Me pregunto ¿cuántas veces te podrán romper el alma?, ¿cuántas veces se entrega con la seguridad de que si te equivocas podrás seguir amando?...

Hoy no es mi mejor día, te añoro, te instalas dentro de mi mente sin avisar, sin pedir permiso viene una frase tuya a mi recuerdo, una sonrisa, esa mirada que me regalaste la última vez que te vi… si hubiese sabido que iba a ser la última… el último beso… tu último abrazo…

De haber sabido todo esto, te habría respirado hasta dejarte sin aroma, me hubiese dejado abrazar por ti hasta no sentir otra cosa que tu respiración tu latido y el perfume de tu piel…

De haber sabido que era tu último beso, (el cual recuerdo una y otra vez), no habría sido un beso normal, de costumbre, de los que no te da tiempo a sentir, habría sido uno de esos besos que te remueven todo por dentro, de los que te pasan por la espalda recorriéndola toda y acaban en la última fibra de tu cuerpo…

De haber sabido que iba a acabar así, me habría dormido en tu boca, en tu abrazo y en tu piel.

Te fuiste, amor mío… te marchaste y te llevaste contigo, sin saberlo, mi corazón, mis ganas de amar, mis ilusiones y sueños…

Te llevaste todo eso y nunca lo sabrás, tal vez esa sea mi venganza, tal vez eso sea lo único que me queda…

Tener la certeza de que nunca sabrás el alcance de mi amor, porque nunca llegarías a entenderlo.

Nunca leerás estas palabras, porque esta carta me acompañará hasta mi último viaje, ahora que sé que este viaje está cercano…

No me pesa haberte amado… ¿Conocerás tú algún día la grandeza del amor?...

DIARIO DE UNA DESESPERANZA (Capítulos II y III)

En Nuestras conversaciones, de mujer a mujer, como nos gustaba hablar mientras esperábamos Miguel y a mi pareja, esos eternos sábados, jamás te mostraste dubitativa o infeliz; al principio de tu vida marital, todo era perfecto, y se te veía tan vital, tan llena de luz, estabas bellísima. Recuerdo que engordaste unos kilos que te hicieron mucho bien, irradiabas felicidad.


Eras la perfecta esposa en la sombra del perfecto hombre líder, triunfador, que podía tratar como le apetecía desde a su jefe, hasta a los familiares más cercanos, pasando por supuesto por su esposa, sin que nadie e molestar o resultase ofendido ¡Santo Dios! La ofensa era su indiferencia, cuando él se dirigía a cualquier persona, aun cuando fuera para ridiculizarle en público –lo que era su especialidad- el elegido sonreía agradecido,  porque la suerte estaba de su parte… “El Gran Miguel Ballesteros” había percibido su presencia…


-Parece que se mueve cuando le acaricio los brazos.


- Son sólo movimientos convulsivos, sin orden, no los controla ella.


Es por la noche, el turno del personal de enfermería ha cambiado y si me permiten permanecer junto a ella es gracias a mi hermano Juan que es enfermero de la U.C.I.  Él es sincero conmigo, porque así se lo he pedido, y poco a poco me va haciendo entender que este viaje de mi amiga, mi mejor amiga desde la infancia, es un viaje sin retorno.


-Hola bonita, ¿Cómo estás esta mañana?


Me acerco a la cama de Ana y le doy un beso en la mejilla, sus brazos se contraen en un movimiento extraño, como de repulsa, dirijo la mirada a la enfermera que ha levantado los ojos de esa especie de jeroglífico que es la historia clínica, levanto mis cejas en señal de pregunta.


-Es como si… le molestara cualquier contacto conmigo ¿Es posible que me rechace?


-No –contesta amablemente y poniendo su mano en mi brazo- no te rechaza, esos movimientos son naturales en su estado, pero no indican una situación muy favorable… Tú eres la hermana de Juan Varea ¿No?


- Sí; hoy no está…


-No, es su día libre. Supongo que él te habrá comentado que hoy le hacían a Ana una serie de pruebas.


-Sí… Tienen un nombre rarísimo… como todo en medicina –sonrío levemente-.


-Se llaman potenciales evocados y nos van a dar una idea de cómo está su cerebro de dañado, aparte del TAC y de otros signos externos que también nos aportan datos


-Y… ¿el balance de esos signos?


-No son muy alentadores realmente. En cualquier caso, los médicos os informarán de todo cuando hayan valorado el resultado de las pruebas.


-Ya… mi hermano me comentó ayer que estuvo demasiado tiempo en parada cardio respiratoria, y su cerebro quedó bastante dañado.


-Sí, lo siento…  Me llamo Mercedes y soy la enfermera que se va a encargar de Ana en el turno de mañana durante el tiempo que esté aquí, si necesitas cualquier cosa, si tienes cualquier pregunta que hacerme, estaré encantada de atenderte.


-Mi nombre es Lucía. Muchas gracias Mercedes.


-¿Te apetece una infusión, un café…? Está recién hecho…


No… gracias… -vuelvo mi cabeza hacia Ana- Puedo… ¿Puedo estar a solas un momento con ella? Necesito hablarle, es importante para mí.


-Claro Lucía, háblale, dile todo lo que necesites, te hará bien, el contacto físico es muy importante, tócale, aunque haga esos movimientos, no es por desagrado, no te preocupes, si me necesitas, estoy en la habitación que hay junto a esta.


-Gracias Mercedes… por todo.


La enfermera sale, yo respiro profundamente, ese acto tan sencillo, tan necesario y cotidiano que tú ya no ejerces a tu voluntad, lo controla un aparato, que con su sonido parece un reloj recordándonos el tiempo que nos queda por permanecer juntas.


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La hora de visita terminó hace tiempo, mejor, así no tendré que encontrarme cara a cara con Miguel, ni él conmigo, será un favor mutuo, los dos sentimos el mismo rechazo hacia el otro.


Dejo mi bolso en un sillón y me aproximo a la cabecera de tu cama, me siento en una silla, muy cerca de ti. Te miro una vez más. Verdaderamente tu rostro ha adquirido una expresión de paz que te hace parecer más bella, casi puedo percibir una leve sonrisa en la comisura de tus labios. Definitivamente, estés donde estés, pareces feliz.


-Ana… tengo que contarte tantas cosas… Te he necesitado mucho todos estos años en los que hemos estado separadas… Pero si hay algo que necesito en este momento es tu perdón, necesito, aunque sé que es imposible, escucharte decir que me perdonas… que todo está bien, aunque antes me reproches todo el daño que te he hecho, todas la palabras dichas que te hirieron… o las que quedaron por decir que te hubieran hecho bien…


¿Recuerdas cómo nos conocimos? ¿Cuándo nació nuestra amistad?... Claro… yo tampoco. Éramos muy niñas, cuando fuimos creciendo nos gustaba retroceder en el tiempo a ver cuál de las dos recordaba instantes fugaces que nos diesen idea de la edad que teníamos al conocernos, y no nos poníamos de acuerdo… entonces, llegábamos a la conclusión de que éramos hermanas. Tú todavía no tenías a tu hermana contigo. Tardó en llegar, fue… Un descuido como se suele decir, ahora con el paso del tiempo, y sabiendo lo que sé, me pregunto… ¿Cómo sucedería?¿A qué se debió ese embarazo cuando tus padres habían olvidado hacía muchos años que eran un matrimonio?...


Es curioso, a pesar de que adquirí ciertos conocimientos en Psicología durante la carrera jamás logré entender esa manía tuya, ese rechazo a tu condición de mujer, siempre decías:


-“Si volviese a nacer, me gustaría ser hombre, de hecho, cuando tenga hijos, quisiera que todos fuesen niños”


satisfacciones que podemos tener por nuestra condición femenina…


-“Que no, Lucía, que ellos viven mejor, no se preocupan por las cosas a las que nosotros damos importancia… Y son más fuertes que nosotras…”


Podíamos pasar horas buscando argumentos para convencer a la otra de que estábamos en posesión de la verdad cada una de nosotras.


Lo que no sé es que esquema o patrón de conducta habías seguido para llegar a esa conclusión ya que en tu hogar, tu madre no era esa mujer sufrida y abnegada que se dedicaba a las labores de su casa mientras el cabeza de familia salía buscar el sustento. La depresión postparto que se desarrolló tras tu nacimiento ya le duraba años, por lo tanto, tu padre trabajaba dentro y fuera del hogar para sacarte adelante a ti y después a tu hermana.


Me pregunto qué razones llevaron a tu madre a hacerte creer a la menor ocasión y de forma sutil que eras la culpable de su enfermedad cuando la realidad era bien distinta…


Tus padres vivían en una cárcel. Una cárcel que tu padre se ocupó en organizar para protegerse de unas tendencias sexuales que le habría arruinado su vida, porque en la época que les tocó vivir no estaba contemplado como algo natural, sino como algo enfermizo, patológico, contra natura o incluso penado por la ley su condición de homosexual.


En un régimen dictatorial no son únicamente víctimas las personas implicadas en política, o los militares, existen también esas otras víctimas, gente corriente, que por sus circunstancias personales se ven obligados a esconderse estando expuestos, a fingir lo que no son durante toda una vida, a vivir una mentira, a morir siguiendo vivos…


Ese fue el caso de tu padre, condenado a vivir una vida que no le pertenecía, arrastrando con él a toda una familia.


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lunes, 25 de abril de 2011

DIARIO DE UNA DESESPERANZA (Capítulo I )

4 de marzo del 2002

-… ¿Crees que puede oírme?

-Claro que sí, háblale, os hará bien a las dos.

No es vergüenza, no me siento ridícula hablando con alguien que se encuentra en una cama de hospital, conectada a máquinas de aspecto frío, que emiten sonidos desagradables y que, de un momento a otro pueden avisarnos de que la situación ha empeorado.

En otras circunstancias posiblemente,  yo misma,  sí que vería ridícula esta escena. En otras circunstancias…

Me dirijo a su enfermera, que prudentemente me consuela, explicándome lo que yo necesito escuchar.

-Nosotros… El personal de la U.C.I.  creemos  que esté donde esté nos escuchan, necesitamos creerlo así porque de otra forma sería tan frío, distante,  difícil para nosotros. No perdemos la esperanza,  evitamos ciertos comentarios sobre su estado como haríamos delante de cualquier otro paciente que se encontrara consciente.

La enfermera se dirige a mí en un tono de voz suave, pausado, que va relajando poco a poco mi tensión inicial.

 Dirijo una vez más la mirada hacia Ana;  mi amiga, mi mejor amiga, casi mi hermana ¿cómo has llegado hasta aquí Ana? -me pregunto en silencio- ¿quién te empujó a esto?...

 Y entonces una voz profunda martillea en lo más recóndito de mi cerebro, es esa voz que nos negamos escuchar en ocasiones ya que nos dice aquello que no queremos oír, porque duele; porque es la verdad desnuda.

“Todos me habéis llevado a esto… Todos. Incluso tú”.



Ana es inteligente, locuaz, posee  un sutil sentido del humor y es frágil, tremendamente frágil. Bajo esa apariencia de mujer con carácter, decidida, con las ideas muy claras y el organigrama de su vida muy bien diseñado.

Es alta, atractiva, con su hermosa melena morena y sus grandes ojos rasgados, negros, muy negros, profundos… Excesivamente delgada, con un caminar elegante, sigiloso, femenino … Tuvo muy claro su futuro desde que apenas era una niña

-“Quiero formar un hogar muy feliz y con muchos hijos”.

Pobre…

 Si ella hubiera sabido lo que le esperaba, ¡Si todos lo hubiésemos sabido…!

Ahora recuerdo que en una ocasión, hace ya tanto tiempo, éramos unas adolescentes, se sinceró conmigo y me confesó que uno de los primeros recuerdos que tenía de su infancia, era el de saber que su madre pasaba los días encerrada en su habitación, en su cama…

Y el deseo que Ana sentía de estar con ella, junto a su madre, aunque fuera dentro de una cama las dos, pero cuando ella, siendo apenas una niña, trató de entrar para estar a su lado, lo único que escuchó de su progenitora fue:

-“Fuera de aquí, no quiero verte”.

Ella sabía que su madre estaba enferma, la palabra “depresión” formaba parte de su vocabulario desde que era una niña.

En ocasiones me decía:

-“Yo no quiero ser como ella, tengo que ser fuerte, no quiero acabar como mi madre, con una bolsa de medicación siempre unida a ella, y sin que se pueda contar con ella, para nada”.

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Cuando Ana terminó sus estudios de Bachillerato, no quiso continuar estudiando ¿Para qué comenzar una carrera universitaria? Eso no haría sino retrasar sus planes de futuro, al fin y al cabo, por aquella época ella ya había conocido a su “príncipe azul”, Miguel Ballesteros y como éste parecía que tenía vista y suerte en los negocios, resultó ser bastante solvente económicamente.

Ana no planificó su futro profesional, tal vez ése fuera uno de sus errores de juventud que más caro pagaría, el hecho de no poder ser independiente económicamente, fue una losa que impidió que pudiera vivir otro tipo de vida.

Fue feliz organizando su nuevo hogar, supervisando los preparativos de su boda y haciendo realidad su sueño de formar una familia. Tal vez esos fueran los mejores años de su vida.

Realmente el día de su boda, fue el día que más vi brillar a Ana. Estaba radiante, a pesar de que, una vez más, tampoco en los preparativos previos, ni el día del evento pudo contar con la ayuda de su madre, ésta tuvo una fuerte recaída en su depresión al saber que su hija se casaba, y no salió de ése profundo pozo hasta bien pasado el día del enlace, al que acudió sostenida por una hermana y por su hija menor, la hermana de Ana.

Miguel me gustó, gustaba a todas las personas que le conocían, era líder por naturaleza, tenía tal carisma que supo hacerse a sí mismo, y a juzgar por los resultados, no le había ido nada mal.

Si, Miguel me gustó, hasta que tuve la oportunidad de conocerle mejor, de descubrir cuál era su juego, como era su comportamiento con Ana, era ¿Cómo explicarlo? Ana formaba parte de su obra, de sus triunfos, era como un trofeo más, un personaje principal en la perfecta vida que Miguel había creado.

Parecían la pareja perfecta, pero solo era fachada, un espejismo.

Ana es fuerte, pero hasta los pilares más sólidos pueden derrumbarse si sus cimientos se ven sacudidos, y los cimientos de Ana, jamás fueron resistentes. Nunca estuvieron debidamente estructurados.

Para casi toda mujer, su madre suele ser el espejo en que mirarse, para bien o para mal, procuramos eliminar lo que no nos gusta, y nos enorgullece comprobar que hemos “heredado” eso que nos resulta atractivo, práctico y positivo de nuestras progenitoras.

A Ana se le rompió ese espejo antes de poder decidir si le gustaba el reflejo que le devolvía, ella no tuvo ese referente femenino del que poder extraer lo positivo, sólo sabía lo que no quería ser, por lo que no quería pasar o lo que no deseaba heredar de su madre, sin saber que cuanto más lejos se pensaba de ella, tanto más paralelos eran sus respectivos futuros.

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